Momentos destacados, espectaculares intentos de fuga, destinos rotos: esto resume la tumultuosa noche del 1 al 2 de septiembre de 2024 en la prisión central de Makala, en Kinshasa. Un intento de fuga que se convirtió en tragedia, planteando muchas preguntas y revelando zonas grises muy oscuras.
La intervención de la policía, lejos de ser discreta, provocó un baño de sangre: un centenar de presos fueron encontrados muertos. Una reacción contundente que despertó la indignación de múltiples ONG. Pero más allá de este macabro número de víctimas, otras revelaciones giran en torno a este asunto desconcertantemente complejo.
Según fuentes internas del Ministerio de Justicia, esta fuga no fue un simple intento de fuga, sino más bien un proyecto de insurrección a gran escala. Han salido a la luz planes para sabotear otras prisiones, incluida la prisión militar de Ndolo. Una orquestación minuciosa proveniente del exterior, caracterizada por la complicidad interna. Un escenario digno de un thriller, que mezcla infiltración, corrupción y manipulación.
Las investigaciones señalan importantes fallos en el sistema de seguridad de la prisión de Makala. Compras concienzudas, movimientos de dinero sospechosos, armas blancas introducidas de contrabando. Negligencia notoria: los pabellones quedaron abiertos y un muro circundante fue asaltado mucho antes de lo previsto. Una serie de disfunciones que ponen en duda una cierta complacencia, incluso una complicidad interna.
Como reacción a esta increíble fuga, la Fiscalía General del Tribunal de Casación lanzó una gran búsqueda de los fugitivos. Algunos nombres resuenan más que otros, como el de Moïse Ifombo Engeya, apodado Tshululu Kagame, condenado a muerte en julio de 2024 por diversas fechorías. O Blaise Kabamba Manzanza, un magistrado controvertido, condenado por actos que constituyen tortura, sacudiendo así la confianza en una institución ya frágil.
Más allá de las sórdidas historias, este intento de fuga revela los profundos males que aquejan al sistema penitenciario congoleño. Repetidas violaciones de seguridad, una opacidad propicia a todos los excesos, una impunidad generalizada. Tantas conclusiones alarmantes que ponen en duda la necesidad apremiante de una reforma profunda para detener esta espiral viciosa de corrupción y violencia.