Desde su encendido discurso en el Madison Square Garden, Donald Trump ha optado una vez más por confiar en el miedo antiinmigrante para anclar su intento de reelección a la Casa Blanca. Al prometer un programa de deportación masiva desde el primer día para contrarrestar lo que él llama una «invasión de inmigrantes», el ex presidente muestra una actitud sin precedentes en la historia política estadounidense moderna.
Al pronunciar un discurso con tintes radicales, Trump insinúa la posibilidad de una presidencia extrema si derrotara a la candidata demócrata Kamala Harris el 5 de noviembre. Sus aliados, por su parte, intentan contrarrestar las acusaciones de fascismo y autoritarismo formuladas por los demócratas, en particular refiriéndose a las posiciones alarmantes de su ex jefe de gabinete, John Kelly.
La retórica incendiaria de Trump, caracterizada por mentiras y exageraciones, ha alcanzado un nivel preocupante. Al retratar a Estados Unidos como un país ocupado y soltar discursos teñidos de racismo y vulgaridad, se dirige principalmente a su base electoral sin descuidar el impacto que esto podría tener en los votantes moderados y los republicanos descontentos.
El discurso de Trump combina hábilmente sus políticas antiinmigración con un argumento económico contundente, destinado a explotar las frustraciones de los estadounidenses que enfrentan aumentos de precios a pesar de una inflación moderada. Promete acabar con la inflación, frenar la entrada de delincuentes al país y recuperar el sueño americano, al tiempo que plantea la idea de un crédito fiscal para los cuidadores familiares, en oposición al plan de asistencia sanitaria a domicilio propuesto por Harris.
El evento en el Madison Square Garden revela un país profundamente dividido, donde los partidarios de cada bando temen las consecuencias de una derrota para su candidato. La atmósfera tensa, intensificada por las advertencias de Trump sobre una presidencia «retributiva», realza la sensación de un momento decisivo en la historia de Estados Unidos.
La alusión de Tim Walz a una reunión pronazi en la década de 1930 subraya la gravedad de la situación, ya que los demócratas llaman abiertamente a Trump «fascista». Las elecciones presidenciales de 2024 ya parecen brutales y extraordinarias, y muestran hasta qué punto los candidatos están dispuestos a viajar lejos de estados clave para captar la atención de los medios. Harris, mientras tanto, continúa su campaña sin descanso, prometiendo a los estadounidenses un futuro lejos del extremismo de Trump.
En última instancia, este discurso incendiario y polarizador subraya el dilema que enfrentan los votantes estadounidenses, entre la promesa de renovación de Harris y el nacionalismo radical de Trump. La elección promete ser crucial y encarna dos visiones diametralmente opuestas de Estados Unidos y su futuro.