La decisión de transmitir la película «Blancanieves» (2025) de Disney en cines egipcios, anunciada por el distribuidor Mahmoud al-Defrawy, plantea preguntas complejas dentro de un contexto regional particularmente sensible. Aunque la película se espera con curiosidad por parte del público, su escena política ya es objeto de controversia, en particular en relación con la presencia de la actriz israelí Gal Gadot.
Kuwait ha decidido eliminar la película de sus habitaciones, ilustrando una posición nacional ampliamente compartida en varios países árabes frente a la normalización cultural con Israel. Esta dinámica es un reflejo de una realidad histórica donde los sentimientos antiisraelí pueden intensificarse, especialmente debido al conflicto israelí-palestino y las repercusiones de la situación en Gaza, que afectan profundamente a las comunidades árabes. Los grupos de la sociedad civil, como el Partido Kuwait Young Democrats, han expresado su apoyo a esta decisión, calificando la presencia de Gadot en una película como un intento de «blanquear» las acciones militares a menudo percibidas como agresivas hacia las poblaciones árabes.
La reacción a la presencia de una actriz israelí que representa un papel principal en una película de Disney subraya un dilema dentro de las sociedades árabes: ¿cómo conciliar la apreciación de la cultura y el entretenimiento con un fuerte rechazo de ciertas representaciones percibidas como cómplices de conflicto? Esta dualidad plantea desafíos éticos y morales con respecto al consumo de cultura de las fuentes que podrían juzgarse en desacuerdo con sus valores fundamentales.
Gal Gadot, como interviniente en eventos políticos pro-israelíes, amplifica esta controversia. Su compromiso con la defensa de los derechos y sufrimientos de los judíos en asuntos de antisemitismo, sin abordar las consecuencias del conflicto en Palestina, revela una tensión que no puede ignorarse en el debate público. Esto plantea preguntas sobre la responsabilidad de las figuras públicas, en particular las que ocupan un lugar tan visible e influyente como las celebridades, y la forma en que pueden navegar en delicados terrenos políticos.
Sin embargo, es crucial cuestionarse: ¿se pueden disociar las obras artísticas de las personas que las forman? Las decisiones de un país sobre la censura y la aceptación del contenido cultural a menudo están ancladas en los valores históricos colectivos, pero también pueden tener efectos sobre la libertad de expresión y el acceso a una diversidad de perspectivas narrativas.
Esto lleva a cuestionar el futuro de la distribución de películas en el mundo árabe. Si la aceptación o el rechazo de un trabajo cinematográfico está inextricablemente vinculado a la identidad y las consideraciones políticas, ¿cómo encontrar un equilibrio que permita el compromiso cultural al tiempo que respeta las sensibilidades profundas de las sociedades? Los diálogos e iniciativas interculturales destinadas a promover la comprensión mutua podrían representar vías para explorar, incluso frente a decisiones tan pesadas.
Al final, la cuestión de la aceptación de la película «Blancanieves» en Egipto y la retirada de su aprobación en Kuwait ilustra claramente la complejidad de la dinámica cultural y política en el Medio Oriente de hoy. El compromiso del público de reflexionar sobre estas situaciones, más allá de la indignación inmediata, podría ser un camino hacia respuestas más matizadas y soluciones potencialmente ganadoras para una comprensión extendida entre culturas e identidades.