“Corrupción e impunidad: la urgencia de la justicia global contra los poderosos”

La estatua de la Justicia entronizada en la Place du Roemer es un símbolo poderoso que representa la integridad, la equidad y la transparencia del sistema judicial. Sin embargo, en noticias recientes, esta estatua parece estar envuelta en sombras, empañando su significado más profundo.

El último Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, publicado la semana pasada, revela un panorama escalofriante: la corrupción prospera donde los sistemas de justicia colapsan, alimentada por una mezcla tóxica de instituciones débiles y figuras influyentes que manipulan la ley en su beneficio. Y este fenómeno no se limita a los regímenes autoritarios; Los líderes democráticos son cada vez más cómplices de la destrucción de la justicia, lo que lleva a una epidemia global de impunidad.

La corrupción, el abuso de poder y el control de todos los sistemas legales por parte de los ricos y poderosos se están volviendo comunes. Las consecuencias son devastadoras: las poblaciones vulnerables se ven privadas de acceso a la justicia, mientras que los ricos y poderosos se salen con la suya. Esta erosión de la rendición de cuentas crea un caldo de cultivo para la corrupción, debilitando aún más las instituciones destinadas a garantizar el Estado de derecho.

África, en particular, enfrenta un desafío importante. Aunque unos pocos países muestran signos de progreso, el continente sigue siendo la región más corrupta del mundo. El Índice de Percepción de la Corrupción de 2023, que se centra en la última década, es un claro recordatorio de que se deben tomar medidas ahora para fortalecer los sistemas de justicia y hacer que todos rindan cuentas, independientemente de su posición o poder.

En todo el continente, se cierne el espectro de la corrupción, cuyos tentáculos sofocan el progreso y la justicia. Los tribunales débiles, incapaces de responsabilizar a figuras influyentes, se convierten en focos de impunidad. El ex ministro de Finanzas de Mozambique, Manuel Chang, implicado en el escándalo de los «bonos del atún», sigue esperando juicio en Estados Unidos. Quedan dudas sobre un juicio justo si regresa a su país de origen. En Angola, la multimillonaria Isabel dos Santos, acusada de malversación de fondos, sigue prófuga a pesar de las persecuciones de la Interpol. En Zimbabwe, la práctica de «capturar y liberar» a funcionarios corruptos se ha convertido en una rutina espantosa, y las investigaciones arrojan poco más que desilusión pública.

La Comisión de Investigación Zondo de Sudáfrica revela la captura estatal de la familia Gupta, pero los esfuerzos de extradición fracasan. Malawi está luchando con las consecuencias de los escándalos de corrupción a medida que se erosiona la confianza de sus ciudadanos. El ‘atraco al Congo’ en la República Democrática del Congo expone saqueos masivos, pero la rendición de cuentas sigue siendo un sueño lejano. En Nigeria, reinan los casos de corrupción política no resueltos, lo que demuestra el alcance de la impunidad.

La disputa entre Guinea Ecuatorial y Francia ante la Corte Internacional de Justicia pone de relieve la complejidad de navegar por los sistemas jurídicos internacionales existentes.

Si bien el espacio y el tiempo limitan una mayor exploración, los ejemplos presentados revelan una verdad escalofriante: los tribunales nacionales, a menudo influenciados por las mismas estructuras de poder plagadas de corrupción, no imparten justicia. Necesitamos urgentemente soluciones alternativas.

Los tribunales regionales y subregionales ofrecen oportunidades. Sin embargo, el destino del Tribunal de la Comunidad de Desarrollo de África Meridional (SADC), silenciado cuando se atrevió a cuestionar decisiones políticas, es un crudo recordatorio de sus limitaciones. De manera similar, la Corte Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, aunque tiene la tarea de manejar casos de corrupción, carece de la voluntad política para actuar, y pocos países africanos ratifican el protocolo necesario.

Una tercera opción, potencialmente prometedora, es la de una Corte Internacional Contra la Corrupción (IACC). Sin embargo, los líderes africanos, que todavía abrigan preocupaciones sobre la Corte Penal Internacional, se muestran reacios a ofrecer su apoyo. Los opositores podrían aducir preocupaciones sobre la soberanía nacional, pero no olvidemos la soberanía del pueblo, privado de sus recursos y de justicia. La IACC puede complementar, no reemplazar, los esfuerzos nacionales, garantizando el respeto del estado de derecho y promoviendo la recuperación de activos internacionales.

Se acabó el tiempo de las dudas. El costo humano de la inacción es inmenso. Unámonos detrás de una IACC, enviando un mensaje claro: la corrupción no tiene refugio seguro y la justicia no conoce fronteras.

Prosper S Maguchu es profesor asistente de derecho especializado en delitos financieros y recuperación internacional de activos utilizando un enfoque basado en los derechos humanos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *