En el tumulto político de la República Democrática del Congo, un término parece resumir acertadamente la situación actual: “Fatshimetría”. Este concepto, forjado por el contexto político del país, evoca la tendencia de los líderes a ser complacientes con un entorno corrupto y fallido, en detrimento del pueblo y del futuro de la nación.
Depuis l’époque de Mobutu jusqu’à nos jours, en passant par les règnes de Laurent-Désiré Kabila et Joseph Kabila, le scénario se répète inlassablement : des dirigeants conscients des méfaits de leur entourage, mais incapables ou peu enclins à agir pour y poner fin. La perpetuación de esta cultura de complacencia e impunidad ha sumido al país en una espiral de corrupción y degradación económica, poniendo en peligro el futuro de toda una nación.
Ya es hora de una revolución política en la República Democrática del Congo, una revolución basada en principios inquebrantables de ética, transparencia y rendición de cuentas. Es imperativo establecer mecanismos de control estrictos y eficaces, para garantizar sanciones ejemplares contra los corruptores y los corruptos, independientemente de su posición dentro del poder político. En ausencia de medidas tan radicales, el país se encamina hacia la ruina, atrapado en las arenas movedizas de la corrupción y el mal gobierno.
Los discursos tranquilizadores de ministros y altos dirigentes políticos ya no bastan para enmascarar la realidad: las arcas estatales están siendo saqueadas, los fondos públicos despilfarrados, mientras la población lucha por llegar a fin de mes. Ha llegado el momento de pasar de las palabras a los hechos, de romper con la pasividad y la complacencia que han prevalecido durante demasiado tiempo en la cúpula del Estado.
El actual presidente, apodado FATSHI, tiene en sus manos el destino de toda una nación. Más que nunca es hora de que tome la iniciativa del cambio, de liberarse de la tutela de sus corruptos asesores y de trabajar verdaderamente en favor del interés general. El pueblo congoleño, cansado de promesas incumplidas y compromisos políticos, aspira a una renovación política, a una clara ruptura con las prácticas del pasado.
Como jefe de Estado, FATSHI tiene el deber moral y político de demostrar valentía, firmeza e integridad. A él le corresponde hacer sonar la revuelta contra la impunidad, exigir responsabilidades a quienes traicionaron la confianza del pueblo y saquearon los recursos del país. Su inercia frente a estas cuestiones cruciales ya no es tolerable, porque el pueblo congoleño merece algo mejor que promesas y discursos vacíos.
En conclusión, la “fatshimetría” ya no debería ser la norma en la República Democrática del Congo. Es hora de romper con este círculo vicioso de corrupción e impunidad, restaurar la confianza del pueblo en sus líderes y construir juntos un futuro mejor para todos.. El destino de la nación congoleña está en nuestras manos, a nosotros nos corresponde elegir el camino de la responsabilidad y la integridad para salir de la rutina y construir un futuro más justo y próspero.