Miles de personas desplazadas se enfrentan a condiciones de vida dramáticas en el sitio de Lubunga, en Kisangani. La comunidad, afectada por la falta de agua potable, alimentos y medicinas, vive en total precariedad. Ante esta situación de emergencia, un gran número de estas personas vulnerables se dirigen hacia el lugar de Kongakonga, con la esperanza de encontrar algo de consuelo.
Entre estas personas desplazadas, las niñas están particularmente expuestas. Al no tener otra opción que recurrir a la mendicidad o incluso a la prostitución para sobrevivir, son las primeras víctimas de esta crisis humanitaria. Se violan sus derechos fundamentales, se viola su dignidad, sumiendo a estos adolescentes en una desesperación inconmensurable.
El alcalde del municipio de Kisangani, Gispson Bokendi, alerta a la opinión pública sobre el aumento de la criminalidad en la región. Personas mal intencionadas se aprovechan de la consternación de los desplazados para difundir drogas y alcohol, creando un clima de violencia y caos. Estos criminales perpetúan actos reprensibles y siembran el terror entre poblaciones ya afectadas por la guerra y la pobreza.
Ante esta emergencia humanitaria es necesario tomar medidas urgentemente. El alcalde anuncia un operativo de registro en viviendas usurpadas por traficantes, con el objetivo de restablecer una apariencia de orden y seguridad. Es imperativo actuar rápidamente para proteger a estas personas desplazadas, brindarles acceso a las necesidades esenciales y protegerlas del peligro que acecha a su alrededor.
La crisis humanitaria que azota el sitio de Lubunga refleja una realidad insoportable, donde se viola la inocencia, se pisotea la dignidad y donde la esperanza parece desvanecerse. Es nuestro deber, como comunidad internacional, alzar las voces de los que no la tienen, llegar a los necesitados y poner fin a esta espiral de sufrimiento y abandono. Los desplazados de Lubunga merecen algo mejor, merecen ser respetados, protegidos y apoyados hacia un futuro más prometedor.