El incesante flujo de personas desplazadas de Luvangira en la República Democrática del Congo (RDC) nos enfrenta brutalmente a la dura realidad de miles de vidas destrozadas por la violencia y los conflictos perpetuos. Entre ellos, estos hombres, mujeres y niños desarraigados de sus hogares, lejos de sus tierras, de sus hábitos y de su dignidad, luchan por sobrevivir en condiciones precarias, privados de lo esencial: alimentos, agua, seguridad, educación.
Bruno Lemarquis, jefe interino de MONUSCO y coordinador humanitario en la República Democrática del Congo, visitó recientemente el sitio de Luvangira para evaluar la situación y presenciar la angustia palpable de los desplazados. Entre ellos, un hombre desafió a Lemarquis con una pregunta conmovedora: “En casa comía tres veces al día, ¿por qué aquí sólo como una vez y a veces nada?”. La pregunta resuena como un grito de angustia y revela la magnitud del sufrimiento que soportan estas poblaciones desplazadas.
De hecho, estas personas desplazadas, que huyen de los abusos de los rebeldes de las ADF en la región de Beni e Ituri, se encuentran en una precariedad extrema, enfrentando inseguridad alimentaria y falta de acceso a atención médica y educación para sus hijos. Un padre, también desplazado con su familia, expresa con amargura: «Mis hijos no van a la escuela, pero el futuro depende de su educación. Se han convertido en vagabundos, privados de toda esperanza y de toda perspectiva de futuro».
Ante estos testimonios desgarradores, Bruno Lemarquis se compromete a intensificar las acciones humanitarias, movilizar más socios para mejorar las condiciones de vida de los desplazados y brindar una apariencia de consuelo en este océano de angustia. Pero más allá de promesas y discursos, la urgencia radica en acciones concretas y duraderas para satisfacer las necesidades de estas poblaciones dañadas y olvidadas.
La vida cotidiana de los desplazados de Luvangira nos recuerda cruelmente que detrás de las cifras y estadísticas se esconden vidas destrozadas, sueños destrozados y esperanzas cortadas de raíz. En este momento en que la humanidad enfrenta múltiples crisis, es imperativo no mirar hacia otro lado y permanecer unidos, comprometidos con un futuro mejor para todos. Porque mientras hombres, mujeres y niños sufran, nuestra humanidad estará en peligro.