Cada vez se habla más de los desastres climáticos, y con razón. Los fenómenos meteorológicos extremos, como tormentas, inundaciones y sequías, están aumentando en todo el mundo, causando daños generalizados y poniendo en peligro la vida de millones de personas. Frente a esta preocupante realidad, el establecimiento de un fondo dedicado a reparar las pérdidas y daños causados por estos desastres es un gran paso adelante.
Adoptada durante la COP28 en Dubai, esta decisión marca una victoria para los países del Sur que soportan la peor parte de las consecuencias del cambio climático. De hecho, estos países están experimentando pérdidas económicas importantes, que representan más del 8% de su riqueza nacional. Por lo tanto, la creación de este fondo de “pérdidas y daños” constituye un reconocimiento de esta realidad y un intento de remediar estas injusticias.
Sin embargo, aunque esta decisión es un paso positivo, los importes prometidos para financiar este fondo siguen siendo insuficientes. Algunos países ricos han prometido casi 420 millones de dólares, pero esto es sólo una gota de agua en comparación con los daños ya sufridos y las alarmantes predicciones para los años venideros. Las estimaciones sugieren que si el cambio climático continúa su trayectoria actual, las pérdidas anuales podrían alcanzar la asombrosa cifra de 580 mil millones de dólares para los 55 países más vulnerables para 2030.
Esta situación provoca reacciones de los países afectados por estos desastres. Joyce Banda, ex presidenta de Malawi, un país duramente golpeado por ciclones mortales, pide más acciones concretas y menos declaraciones de intenciones por parte de los países más ricos y contaminantes del planeta. Los activistas ambientales africanos también señalan que poner el fondo en manos del Banco Mundial genera preocupaciones sobre su imparcialidad y proximidad a los intereses occidentales.
Otro punto de crítica se refiere al carácter no vinculante de este fondo. Algunos países desarrollados, como Estados Unidos, prefieren pagar sus contribuciones de forma voluntaria, lo que pone en duda la sostenibilidad y eficacia de la financiación. Es cierto que la prioridad otorgada al medio ambiente disminuye rápidamente una vez que los desastres han pasado, y la implementación de medidas vinculantes podría garantizar una ayuda más sostenida y duradera.
En conclusión, la creación de este fondo de “pérdidas y daños” es un paso importante en la lucha contra las consecuencias de los desastres climáticos. Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer para garantizar una financiación adecuada y una respuesta eficaz a estas crisis. Es fundamental que los países ricos asuman su responsabilidad y aporten recursos suficientes para que este fondo pueda ser realmente eficaz en su misión de reparar los daños causados por el cambio climático.. El futuro del planeta y de las poblaciones vulnerables depende de ello.