El brutal asesinato de Juan López, un activista antiminería en Honduras, ha puesto de relieve una vez más el peligro que enfrentan los defensores ambientales en el país centroamericano. Actuando como una voz valiente contra la minería a cielo abierto en una reserva forestal en la región de Tocoa, Juan López pagó con su vida su compromiso de proteger los recursos naturales de su país.
La presidenta Xiomara Castro condenó enérgicamente el bárbaro asesinato y prometió que se haría justicia por la muerte de López. Este último, miembro del gobernante Partido Libre, también se pronunció contra los políticos de su propio bando acusados de corrupción y vínculos con narcotraficantes. Su voz a favor de la transparencia y la lucha contra la corrupción lo convirtió en un objetivo para las fuerzas contra las que luchaba.
Defensores de los derechos humanos y del medio ambiente, como Joaquín Mejía, han destacado la valentía y el compromiso de Juan López con el cambio social. Sin embargo, también denunciaron la falta de protección de las autoridades para los activistas amenazados, destacando la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad de quienes luchan por causas justas.
Honduras, clasificado entre los países más peligrosos del mundo para los defensores del medio ambiente, ha visto un número alarmante de asesinatos de activistas ambientales en los últimos años. Las cifras de la organización Global Witness son alarmantes, con 148 defensores ambientales asesinados entre 2012 y 2023, y entre los más mortíferos se encuentran los de Colombia y Brasil.
La trágica muerte de Juan López es un recordatorio de la necesidad de proteger a quienes luchan por la tierra, el agua y el aire que todos compartimos. Su sacrificio debería servir como recordatorio de que la lucha por un planeta sostenible y equitativo requiere un compromiso constante y un fuerte apoyo de la sociedad civil y las autoridades. El legado de López debería inspirar a las generaciones futuras a continuar su lucha por la justicia ambiental y social, al tiempo que exige acciones concretas para poner fin a la violencia contra los defensores del medio ambiente.
En definitiva, la muerte de Juan López no debe ser en vano. Debe ser una fuente de movilización y solidaridad para todos aquellos que buscan un futuro más justo y sostenible para nuestro planeta y para las generaciones venideras. La justicia para Juan López no debe ser sólo un eslogan, sino una realidad tangible que demuestre que defender el medio ambiente es una responsabilidad colectiva y un imperativo moral que no puede transigirse.