En nuestra sociedad moderna, el acto de comer se ha convertido en mucho más que simplemente consumir alimentos ricos en nutrientes. Todos conocemos el lenguaje de la comida, un lenguaje universal que nos une y nos nutre desde los primeros momentos de nuestra vida. Sin embargo, es fascinante darse cuenta de que este hecho simple y fundamental de la vida se ha convertido, con el progreso, en la causa de nuestros problemas de bienestar.
De hecho, a medida que nuestra cintura continúa expandiéndose, nuestras deficiencias nutricionales también se convierten en una carga de enfermedad cada vez mayor. Una encuesta reciente sobre la dieta y la nutrición de los sudafricanos realizada por el Consejo de Investigación en Ciencias Humanas reveló cifras alarmantes. Se descubrió que el 69% de los adultos obesos vivían en hogares con recursos limitados donde la elección de alimentos carecía de nutrientes esenciales. Además, el 30% de las mujeres en edad fértil padecen deficiencia de hierro y más de la mitad de la población mundial carece de vitamina D.
Estas estadísticas reflejan una realidad preocupante: nuestra relación con la comida se ha desequilibrado poniendo en riesgo nuestra salud física. Con demasiada frecuencia, buscamos apaciguarnos consumiendo alimentos procesados y pobres en nutrientes. Los alimentos rápidos y económicos se han convertido en la norma, lo que hace que sea más fácil depender de carbohidratos refinados para calmar nuestras ansiedades, a veces más fácilmente que el alcohol.
Es hora de cuestionar las normas culturales que idealizan cuerpos no saludables, fomentando elecciones de alimentos perjudiciales para nuestra salud. Las industrias alimentaria y publicitaria son en parte responsables de esta deriva, al promover los alimentos procesados en detrimento de los productos naturales beneficiosos para la salud. Ya es hora de reaccionar y corregir esta desastrosa tendencia.
Además, la crisis de salud mental, que afecta a más de un tercio de los sudafricanos durante su vida, pone de relieve la importancia crucial de recuperar el equilibrio tanto físico como psicológico. La medicación psiquiátrica, a menudo asociada con efectos metabólicos adversos, a veces sólo complica problemas subyacentes relacionados con la dieta y el medio ambiente.
También es esencial considerar el impacto de los disruptores endocrinos en nuestra salud, ya que estos químicos pueden imitar nuestras propias hormonas y alterar nuestro sistema hormonal natural. Su presencia en nuestro entorno cotidiano, a través del agua, el aire, los alimentos y la piel, genera preocupación sobre su contribución a trastornos como el trastorno por déficit de atención, el cáncer, entre otros.
Ante estos complejos desafíos, es imperativo repensar nuestra relación con la alimentación, la salud mental y el medio ambiente.. Es hora de adoptar un enfoque integral y equilibrado para preservar nuestro bienestar y el de nuestro planeta. Ya es hora de poner la salud en el centro de nuestras preocupaciones, redefiniendo nuestras elecciones y comportamientos alimentarios para un futuro más saludable y sostenible.