En la tumultuosa región de Ituri, la violencia continúa golpeando duramente a las poblaciones locales, ya muy afectadas por años de conflicto y desplazamiento. El ataque en Otomabert, atribuido a presuntos rebeldes de las ADF, ha vuelto a sembrar terror y muerte dentro de la comunidad.
Aquella desastrosa noche del sábado 7 de abril, el tranquilo pueblo de Otomabert fue escenario de un acto de barbarie sin igual. Mientras los vecinos realizaban su vida cotidiana, un grupo armado llegó a sembrar el caos y la destrucción. Armados con armas de fuego, los atacantes lanzaron un ataque mortal, apuntando indiscriminadamente a civiles inocentes, la mayoría de los cuales eran personas desplazadas que habían regresado recientemente a sus aldeas.
El saldo es elevado y trágico: ocho muertos, entre ellos siete mujeres, entre ellos tres pigmeos, perdieron la vida en esta noche de terror. Estas vidas brutalmente cortadas dejan atrás familias y comunidades afligidas. Entre los escombros se encontraron cadáveres, testigos mudos de la crueldad del ataque.
A pesar de la intervención de las fuerzas militares ugandesas presentes en las cercanías, los rebeldes pudieron huir, dejando atrás una aldea maltrecha y supervivientes marcados para siempre por el horror vivido. El caos y el miedo ahora reinan en este pequeño pueblo rural, una vez pacífico, ahora marcado para siempre por la violencia humana.
La ONG CRDH reaccionó rápidamente y pidió a las autoridades que abrieran una investigación para esclarecer estos trágicos acontecimientos. ¿Cuáles fueron las motivaciones de los atacantes? ¿Quiénes son los verdaderos patrocinadores de este bárbaro ataque? Son muchas las preguntas que quedan sin respuesta, pero que es necesario responder para hacer justicia a las víctimas y prevenir nuevos actos de violencia.
Ante esta tragedia, la comunidad internacional no puede permanecer indiferente. Es urgente tomar medidas firmes para poner fin a la impunidad de los grupos armados que operan en la región y proteger a las poblaciones civiles vulnerables. La seguridad y la estabilidad de la región deben ser una prioridad absoluta, para que tragedias como la vivida en Otomabert no vuelvan a ocurrir.
En este momento oscuro y difícil, la solidaridad y la compasión deben guiar nuestras acciones. Las víctimas de este ataque merecen justicia y reparación, y el pueblo de Ituri tiene derecho a la paz y la seguridad. No dejemos que la violencia y el odio dicten nuestras vidas, sino que trabajemos juntos por un futuro mejor, más seguro y más justo para todos.