En la región de Ituri, en el noreste de la República Democrática del Congo, la crecida del lago Alberto ha sumido en la miseria a más de 10.000 personas. Las consecuencias de este desastre natural son dramáticas, con seis casos de ahogamiento, quince supervivientes y heridos, así como tres mil casas inundadas y destruidas.
El coordinador provincial de protección civil, Robert Ndjalonga, hizo un balance alarmante de la situación. Las aldeas de Urii2, Ubongwa, Aduu, Adjii y Aruko se vieron especialmente afectadas, donde familias enteras se quedaron sin hogar, obligadas a pasar la noche bajo las estrellas o en precarias estructuras colectivas. Los daños materiales fueron considerables: miles de casas destruidas, barcos saqueados y comercios inundados.
Esta crisis se produce en un contexto ya de por sí frágil, cuando la región había acogido anteriormente a cientos de personas desplazadas tras enfrentamientos entre las fuerzas armadas y los grupos de autodefensa. La situación humanitaria se ha vuelto crítica y requiere una intervención urgente de las autoridades gubernamentales y los socios humanitarios.
Desde 2019, la región vive el tercer ciclo de aumento del nivel del agua en el lago Alberto, que afecta a numerosos pueblos y campamentos de pesca en los territorios de Mahagi, Djugu e Irumu. Esta situación pone de relieve la vulnerabilidad de las poblaciones locales a los peligros climáticos y plantea interrogantes cruciales sobre la necesidad de fortalecer los sistemas de prevención y asistencia en caso de desastre.
Ante esta tragedia, es imperativo que se adopten medidas urgentes para ayudar a los afectados y evitar nuevas tragedias. La solidaridad y la movilización de todos son esenciales para apoyar a las poblaciones afectadas y permitirles reconstruirse. La comunidad internacional no puede permanecer indiferente ante tal angustia y debe brindar apoyo para aliviar el sufrimiento de las víctimas de este desastre natural.