Vivir bajo amenaza: la realidad de los habitantes de Nahariya ante la guerra inminente

En la ciudad de Nahariya, en el norte de Israel, la atmósfera está impregnada de una ansiedad palpable mientras los residentes luchan por mantener una vida cotidiana normal mientras la amenaza de guerra con Hezbolá del Líbano se acerca peligrosamente a sus puertas.

Situada a sólo 10 kilómetros de la frontera libanesa, esta localidad costera de 77.000 habitantes está al borde de los enfrentamientos entre el ejército israelí y combatientes de Hezbolá, un conflicto que dura ya casi 10 meses.

A diferencia de muchas otras comunidades a lo largo de la frontera entre Israel y el Líbano que se han convertido en ciudades fantasma desde octubre, Nahariya se destaca porque no está incluida en la zona de evacuación. Casi 62.000 residentes de estas comunidades fronterizas han sido desplazados desde el inicio de las hostilidades y el número de víctimas sigue aumentando.

La tensión es palpable en las calles de Nahariya. Los residentes sienten un clima pesado y destacan la relativa calma de Tel Aviv, situada a 130 kilómetros de distancia, donde las actividades continúan como si nada.

Los residentes de Nahariya viven bajo el estado de emergencia. Todos los días oyen disparos de artillería y cohetes cayendo cerca. Recientemente, un misil interceptor israelí incluso alcanzó una carretera cerca de la ciudad, hiriendo a varias personas. Esta escalada de violencia se produjo tras la eliminación del comandante militar de Hezbollah por parte de Israel, lo que puso a la región al borde de la confrontación.

Esta situación pesa mucho sobre los habitantes, como lo demuestra Liz Levy, madre de tres hijos, que confía en los efectos devastadores que la guerra tiene en su familia. Los ataques de sirenas se han convertido en algo común y los niños viven con el temor constante de los bombardeos.

A pesar de estas tensiones, Nahariya sigue en pie, dispuesta a resistir. El municipio ha reforzado las medidas de seguridad, añadiendo alrededor de 40 nuevos refugios y formando equipos de intervención médica. Pero los residentes se sienten cada vez más vulnerables, incapaces de escapar ante la escalada del conflicto.

La guerra parece estar cada vez más cerca de Nahariya y los residentes miran con ansiedad el futuro incierto que les espera. La situación se ha vuelto insoportable para muchos, pero la ciudad sigue en pie, dispuesta a defender su territorio a toda costa, a la espera de una paz que parece cada vez más lejana.

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